Hacía ya rato
que Kilian había salido de Selvy. Hoy la entrega había salido perfecta, ya que
el comerciante de esa ciudad había decidido quedarse con toda la mercancía.
La visita había
sido provechosa, ya que debido a que se encontraba en Selvy había ido a
intentar negociar con un conocido ganadero de las afueras y todo había salido a
pedir de boca. Habían acordado que Paul le vendería trescientas cabezas de
ganado que se entregarían en un máximo de tres semanas.
Kilian estaba
contento, el negocio del ganado iba perfecto y cada día aumentaba más. Sabía
que algún día, Paul le dejaría al cargo de todos sus negocios, e iba a hacer todo
lo que estuviese en su mano porque cada vez estos fueran a mejor y ampliar
mercado.
Paul era como un
padre para él, le respetaba como hombre y como empresario, y había aprendido
todo lo que este se había propuesto enseñarle.
En verdad Kilian
le debía todo, por el hombre en que le había ayudado a convertirse.
-Vamos chicos ya
queda poco, además hoy a sido un camino corto así que no quiero quejas –les
dijo a sus caballos. –Vamos bonitos, vamos –susurró.
Se ajusto los
guantes y agarro con fuerza las riendas. Kilian lucia el aspecto de un
autentico vaquero. Guantes de montar, sombrero, botas y la camisa abierta a
causa de aquel caluroso día de verano.
No pasaba un
solo día en que no se acordara de su madre y esto se acentuaba cuando se
encontraba solo en un viaje en el que le daba tiempo a pensar más de lo
habitual. Tenía muchos recuerdos de ella, pero había algunos que estaban
grabados a fuego en su mente, como si tuviera el poder de parar el tiempo
cuando quisiera y hacerlo retroceder hasta esos momentos precisos y repetirlos
una y otra vez.
Aquel día
mientras iba sentado en la carreta atravesando aquellas tierras doradas,
bañadas por un sol ya descendente, se traslado a una tarde de hacía ya mucho
tiempo.
Él debía de
tener unos siete u ocho años por aquel entonces.
Su madre salió a
pasear con él y con Marta por el puerto, como hacían las tardes de buen tiempo.
Ella solía decir que iban allí porque era un sitio muy tranquilo al atardecer y
podían disfrutar de la paz del mar. Tiempo después, cuando su madre le conto la
historia de su padre antes de morir, Kilian llegó a la conclusión de que ella
iba allí a pasar las tardes con la utópica idea de que él aparecería algún día
con una fantasiosa explicación de porque se había retrasado aquellos años.
-Kilian, pequeño
mío –llamó la atención de su hijo agarrando su pequeña cara entre sus manos
–quiero que recuerdes siempre una cosa. La vida es dura, muy dura, y sobre todo
para un hombrecito como tú. Aún eres muy joven y no entenderás lo que mamá
quiere decirte, pero quiero que guardes esto en tu cabeza y un día si yo no
estoy contigo y lo necesitas lo recuerdes. Considéralo un consejo de tú madre
enviado al futuro cariño –dijo sonriendo mientras peinaba los cabellos de su
niño con las manos. –Escucha al corazón siempre y después háblalo con tu
cabeza, el resultado de esta conversación llévalo a cabo. Pero de una manera u
otra siempre haz caso al corazón, pues este no entiende de razones y si le
llevas la contraria no encontrarás la felicidad nunca. Y claro está, mamá
quiere que seas por siempre feliz –dijo sonriendo de nuevo a su hijo y
besándole en la mejilla.
(Fragmento extraído del futuro libro "Palabras al viento")